Fuente: LA NACION
El delantero de Palmeiras es la gran sorpresa en la prelista de Lionel Scaloni para las últimas dos fechas de las eliminatorias
En el fútbol abundan historias que parecen salidas de un guión de cine: el chico que acompañó a un amigo a una prueba y terminó quedándose él, el delantero que llegó para jugar de nueve y, por una baja de último momento, terminó atajando y no salió nunca más del arco, o el juvenil que fue a acompañar a su hermano mayor y lo descubrieron mientras pateaba una pelota al costado de la cancha. Sin embargo, la de José Manuel López rompe cualquier molde. Porque estuvo a punto de quedar libre en Lanús, se fue a buscar minutos en una liga regional de Tres Arroyos, volvió casi de rebote cuando la pandemia obligó a cerrar la pensión de juveniles y debutó en Primera sin representante y sin contrato profesional y, en pocos años, pasó de toda esa incertidumbre a convertirse en una de las grandes figuras del Palmeiras, de Brasil. Ahora, le toca ser protagonista de la convocatoria de Lionel Scaloni para las últimas dos fechas de las eliminatorias sudamericanas, ante Venezuela y Ecuador.
Flaco, elástico, de área. José Manuel López es la nueva cara de la selección argentina. El delantero recibió su primera citación y se transformó en una de las novedades de la prelista del DT, que mira más allá del presente y piensa también en el futuro. López, de 1,88 metro, se ganó un lugar a fuerza de goles en el fútbol brasileño y buscará abrirse paso en un puesto donde sobra competencia, pero escasean futbolistas con su perfil: un 9 alto, con buen manejo de pelota, letal en el juego aéreo y con la madurez de sus 24 años. En Palmeiras acumula 46 goles en 136 partidos, y en lo que va de 2025, 14 en 37 encuentros. Números que explican por qué el entrenador decidió abrirle la puerta a menos de un año para el comienzo del Mundial.
López nació en San Lorenzo, un pequeño pueblo correntino de apenas tres mil habitantes, a 80 kilómetros de la capital. Su infancia fue sencilla: la madre ama de casa y el padre trabajando en buques pesqueros, que lo mantenían más de un mes navegando entre los puertos de Ushuaia y Mar del Plata. Cuando José no quería estudiar, su madre lo sentaba con los cuadernos en la vereda, para que aprendiera mientras veía a sus amigos correr detrás de la pelota. Tenía seis años cuando José Luis Fernández, del club El Progreso de su ciudad, le ofreció sumarse a un equipo. Era bajito, delgado, y jugaba de defensor.
A los ocho llegó la primera gran señal: Boca organizó una prueba en Corrientes y lo seleccionó. Le prometieron volver dos años más tarde para seguir su evolución. En ese lapso apareció Independiente, que lo reclutó para su fútbol infantil. Cada dos semanas viajaba a Buenos Aires y pasaba allí diez días, entrenando y jugando en la Liga Metropolitana, el segundo nivel de AFA. La familia apostó por su sueño: dejó todo en Corrientes y se mudó a La Plata, donde vivía una hermana de su madre. Desde allí, José viajaba todos los días hasta Villa Domínico: en auto, cuando su padre podía llevarlo, y en tren y colectivo cuando no, porque ni su mamá ni sus hermanos sabían manejar.
Fueron siete años en Independiente, de 2010 a 2017. Su camino parecía marcado, hasta que el cuerpo le jugó una mala pasada: en sexta no pudo jugar un solo partido por una lesión en la espalda y, al terminar la temporada, lo dejaron libre. El golpe fue duro, pero nunca se rindió.


La oportunidad apareció gracias a un contacto: un amigo de un extécnico en Corrientes le consiguió una prueba en Lanús. Lo evaluaron Sebastián Salomón, DT de Sexta División, y Gabriel Del Valle Medina, quien, en caso de que quedara, sería su entrenador en Quinta. Todo sucedía en un momento convulsionado del club: la Primera disputaba la semifinal de la Libertadores contra River, aquella que Lanús revirtió de manera heroica en su cancha y lo clasificó a la final frente a Gremio.
López conocía al Granate por otros correntinos ilustres, como Hugo Morales y José Sand. La adaptación no fue sencilla. En Quinta se encontró con ocho compañeros que jugaban en selecciones juveniles. Lanús llevaba años implementando en todas sus categorías un 4-3-3, el esquema predilecto del plantel profesional. López probó como interno y allí Del Valle Medina fue clave: lo convirtió en wing, lo ayudó a adaptarse a su nuevo puesto y a mejorar tanto su salto como la técnica en el cabezazo.
“Me puso muy contento la convocatoria del Flaco -le cuenta a LA NACION el exzaguero de River, Lanús y Aldosivi, entre otros equipos, y actual metodólogo del fútbol amateur de Newell’s-. Apenas lo vi en la prueba, llamé a Ariel Paolorossi, que era el coordinador de las inferiores, y le dije: ‘venite para la cancha que hay un zurdito que me gusta mucho’. El cambio de posición fue todo un tema para él, porque jugar de interno es muy distinto a hacerlo de delantero: el manejo del cuerpo, jugar de espaldas, el uso de los brazos. Él ya era alto a esa edad, pero no cabeceaba bien. Y yo, cuando era chico, tenía el mismo problema. Entonces le inculqué lo que me habían enseñado a mí: coordinar bien los pasos e intentar golpear el balón en el punto más alto del salto. Él tenía el deber de atacar el área cuando el centro venía desde la otra banda, y así, de a poco, fue agarrando el gustito al gol”.


Al terminar su año en Quinta, López no fue subido a Reserva, sino que pasó a integrar el plantel de Cuarta. Allí suele formarse un embudo: muchos chicos que ya superan la mayoría de edad quedan atrapados en esa categoría, con pocas posibilidades de dar el salto a Primera.
En marzo de 2019, Nicolás Russo, presidente de Lanús, recibió un llamado de Pablo Garate, diputado bonaerense y compañero suyo en el mismo espacio político, que además presidía Colegiales de Tres Arroyos. Garate estaba armando el equipo para la Liga Regional y le pidió a Russo un defensor, un volante y un delantero que no tuvieran lugar en el club. Nicola derivó el pedido al coordinador de juveniles, Lucas Rodríguez Pagano, con un detalle clave: los jugadores no solo debían ser buenos, sino también físicamente fuertes, porque quería quedar bien con Garate. Entre los elegidos estaban Enzo Silcan, Lucas Melgarejo y José Manuel López.


Lo que para muchos podía parecer un retroceso resultó ser un trampolín para López. Meses después, Garate volvió a llamar a un Russo sorprendido: “Nicolás, el 9 que nos mandaste es un fenómeno, hace goles todos los partidos y no sabés lo bien que cabecea”. En la Liga Tresarroyense, con canchas irregulares y un juego bastante directo, el físico y la técnica del correntino marcaban diferencias. López se adueñó del área, se volvió figura y goleador de Colegiales y en 2019 celebró el ascenso al Regional Federal Amateur, la cuarta categoría del fútbol argentino.
“Hoy es grandote, pero en ese momento era flaquito -recuerda Garate-. Lo primero que se notó fue que jugaba muy bien al fútbol. No quiero decir que fuera blandito, pero en esta liga el roce es fuerte. Con el correr de los partidos se fue fortaleciendo, yendo cada vez más al frente y convirtiéndose en líder del equipo. Además, con él fuimos campeones y, por primera y única vez en la historia del club, jugamos el Regional Federal. Ya en Palmeiras volvió a Tres Arroyos y seguía siendo el mismo pibe de siempre: tranquilo, humilde, un genio”.


“Se veía que era diferente -agrega Silcan, hoy jugador de Agropecuario-. En Lanús no tanto, pero encontró su explosión en Tres Arroyos. Ahí agarró una experiencia que la AFA no te da, como la adaptación al juego brusco. Creció muchísimo, ganó mucha confianza y, además, no siente la presión. En 2021 volvimos de vacaciones a Tres Arroyos, salió la noticia de que Scaloni lo seguía, se lo conté y me contestó: ‘Ah, qué bien’. No sé si por inocencia o por no entender el momento. Esa tranquilidad lo llevó a estar donde está. En realidad, a él no le gustaba jugar de 9; al principio jugaba de extremo. A mí me tocó sufrirlo porque nunca me daba una mano en la marca. Creo que fue 9 por mí, de tantas cosas que le decía, ja”.
Al vencer el préstamo, López debía regresar a Lanús, donde le quedaba un año más en Cuarta División. Pero había chicos de la categoría 2002 que jugaban en Reserva, mientras que él, nacido en 2000, tenía el futuro incierto. Surgió la posibilidad de quedarse seis meses más en Colegiales de Tres Arroyos para disputar el Regional Federal, y aceptó, pero justo llegó la pandemia. Su padre le insistía en que estudiara alguna carrera, pero los plazos para anotarse ya estaban cumplidos. Apareció entonces la chance de ir a Riestra, en la B Nacional. Pero en Lanús, Rodríguez Pagano y Maximiliano Velázquez, subcoordinador de las Inferiores del club, no estaban dispuestos a dejarlo ir sin que lo viera primero Rodrigo Acosta, el DT de la Reserva.


Entre que muchos juveniles habían subido a Primera y otros tantos se encontraban en sus provincias por el cierre temporario de la pensión, que se había convertido en hospital de campaña por el coronavirus, Acosta armó un selectivo de Cuarta, Quinta y Sexta con jugadores de Buenos Aires y Capital Federal. Como vivía en La Plata y podía trasladarse hasta Lanús, el Flaco formó parte de aquel grupo que realizaba las prácticas de fútbol con la Primera. Luis Zubeldía necesitaba un extremo, y Acosta optó por López, pese a que el Flaco podía desempeñarse en varias posiciones.
–Chiquito, ¿vos de qué jugás? -le preguntó Zubeldía-.
-De extremo o de 9 -devolvió López, con timidez-.
Entró en los últimos 15 minutos y, en la primera que tocó, la mandó adentro. Siguió entrenándose con Reserva y, una semana después, volvió a ser convocado. Al finalizar la práctica, Carlos Gruezo, ayudante de Zubeldía que trabajaba con los delanteros, le preguntó si se animaba a jugar de 9, ya que el equipo necesitaba una variante ahí.


El Flaco fue suplente frente a Aldosivi y Defensa y Justicia, y debutó en la cuarta fecha ante Patronato, en Paraná. Entró en el segundo tiempo y enseguida llamó la atención. Se perdió un mano a mano increíble, pero puso ganas y se mostró muy dúctil con la pelota. Luego del partido, Russo bajó al vestuario y le pidió que al día siguiente fuera con su representante a firmar su primer contrato. El Flaco, que hacía poco había perdido a su mamá, contestó que no tenía agente, pero que a la hora indicada estaría en el lugar.
A López lo había acercado a Lanús el empresario Adrián Faija, que representaba a Gabriel Milito y a varios jugadores de Independiente. Tras superar la prueba en Lanús, el club le hizo contrato de juvenil y reconoció a Faija el 10% de una futura venta. Pero luego López no jugó, fue cedido a préstamo a la liga de Tres Arroyos y Faija dejó de asesorarlo. Poco después, en La Plata, López conoció a Andrés Guglielminpietro, quien trabajaba en sociedad con Sergio Mandrini. El día de la firma, López llegó al club acompañado por ambos. En ese momento, Lanús estaba en las semifinales de la Copa Sudamericana, pero, aunque el cuerpo técnico lo pidió, ya no había tiempo para hacer cambios en la lista. Finalmente, el Granate perdió la final ante Defensa y Justicia, el equipo de Enzo Fernández.
López no tardaría en ganarse el puesto. Formó una dupla de oro con José Sand y se despidió del club con 22 goles en 59 partidos, uno de ellos en el clásico con Banfield. En junio de 2022 fue vendido a Palmeiras en 10 millones de dólares por el 70% de su pase, la venta más cara en toda la historia de Lanús.
En Brasil no siempre fue titular, pero sí una pieza importante del equipo de Abel Ferreira. Con el club brasileño se consagró campeón de Serie A 2022 y 2023, de la Supercopa de Brasil 2023 y del Campeonato Paulista 2024, y alcanzó las semifinales de la Copa Libertadores en 2023.
River lo buscó a comienzos de 2024, a finales de ese año y nuevamente en la previa del Mundial de Clubes, pero Palmeiras no mostró interés en venderlo y le renovó el contrato hasta diciembre de 2027. López ocupa el sexto lugar entre los máximos artilleros del Verdão en el siglo XXI y está noveno entre los extranjeros con más goles en el club. Ahora afrontará un desafío mayor: demostrar su talento en la selección argentina y escribir un nuevo capítulo de su historia de película.